Blonde era una de las películas más esperadas. Se cumplían sesenta años de la muerte/asesinato/suicidio (elija usted, la mentira sigue servida) de la actriz más importante de Hollywood, y era una de las pocas cosas que se harían para conmemorar la memoria de Marilyn a nivel mundial.
Dicen que la película estuvo diez años retenida por los estudios, no la tenía como santo de su devoción y algunos utilizan este argumento para desmontar la pregunta: «¿Cómo puede ser un producto de Hollywood habiendo tenido a Hollywood en contra?». La respuesta está en el tiempo verbal «habiendo tenido».
En estos diez años recordemos que la ultraderecha se ha hecho fuerte y que un tipo como Donald Trump ha pasado por la Casa Blanca, un lugar por el que también pasó Marilyn Monroe.
En una entrevista, una Marilyn destrozada les suplicaba a unos periodistas: «Por favor, no hagáis de mí un chiste».
Tuvo que llegar Joyce Carol para saltarse esta petición, cuando en el año 2000 publicó su Blonde, una novela que, como ella misma dijo, fue escrita desde el amarillismo de los chismorreos de Hollywood.
Debo confesar que no he visto la película entera porque no me gustó desde el minuto uno. Mucho se ha hablado de la vagina y el feto de la rubia, pero aún no he leído nada sobre el tratamiento que se hace de la enfermedad mental que sufría la madre, de la imagen distorsionada que se da una niña, Norma Jeane, que sufrió el abandono, del sufrimiento de dos mujeres que son víctimas del sistema norteamericano…
En la cinta, la madre es una especie de sádica que quiere matar a su hija tooodo el tiempo, y no es así. La madre de Marilyn no estaba pendiente de ella, sin más. No podía porque sufría una enfermedad mental que la llevaba a la autodestrucción. No es que fuera una madre ejemplar, pero Marilyn nunca dijo que fuera maltratada por ella. Simplemente, tenía miedo a perder la cabeza. Me resulta detestable e innecesaria la escena en la que ellas se dirigen hacia un incendio y, cuando un policía les ordena regresar, la madre la emprende a golpes contra su hija.
No pasó, simplemente. Al menos, no hay constancia escrita, ni hablada de que pasara. Seguro que alguien dijo, que alguien dijo, que alguien dijo… Sería como un Twitter de los años cuarenta o algo así.
Como decía Aute: «Calumnia que algo queda».
La periodista del New York Times, Manohla Dargis señaló: «Dominik está tan metido en la vagina de Marilyn Monroe en 'Blonde' que no puede ver el resto de ella». (…) Dadas todas las humillaciones y horrores que Marilyn Monroe soportó durante sus 36 años, es un alivio que no haya tenido que sufrir las vulgaridades de 'Blonde', el último entretenimiento necrofílico para explotarla».
Y es que, sí, claro, Marilyn pasó el «casting del sofá», como todas en aquel momento; sí, sufrió varios abortos espontáneos, algo que la marcó para siempre porque deseaba ser madre (pero no para sentirse una mujer completa); sufrió la humillación y el desastre, pero no por ser débil, sino todo lo contrario, por levantarse contra Hollywood, por hacer lo que quería en cada momento.
Marilyn fue feliz a ratos porque nadie lo puede ser 24/7 y menos, una persona que viva todo lo que a ella le tocó. Y sufrió la desesperación y la neurosis, cómo negarlo. Pero se puede decir desde el respeto.
Lo que no estaba es «loca», que es el retrato que nos deja la película. Era una mujer inteligente, hermosa (esto, y ella lo sabía, no era mérito suyo, sino de la genética y del bisturí), luchadora y, por supuesto, con problemas psiquiátricos.
No voy a hablar de Ana de Armas porque no me interesa el papel que hace de una mujer que no representa a Marilyn. Es cierto que se parece físicamente (tampoco es mérito suyo), pero la persona a la que da vida en la pantalla no es Marilyn, sino la suma de cotilleos que pudo recopilar Oates.
Blonde es ya un éxito porque no hay quien no hable de ella. Pero es un éxito a base de aplastar, una vez más, a una mujer que no quería ser un chiste, ni una estampa peripatética y que, desde luego, jamás jugó a ser una mentira.
Ya se sabe, calumnia que algo queda…
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